Universidad Nacional Experimental de los Llanos

Occidentales Ezequiel Zamora

A todos nuestros lectores que visitan este blog queremos darle la más cordial bienvenida y a su vez, hacerles llegar que este medio está diseñado con el fin de agregar continuamente a lo largo del semestre período 2011-II, información acerca del contenido del sub-proyecto METODOLOGÍA Y RECURSOS PARA EL APRENDIZAJE.

Esperamos que les sirva de ayuda como material de apoyo...

sábado, 12 de noviembre de 2011

EL SUJETO QUE APRENDE. CARACTERÍSTICAS

El análisis y comprensión de las características internas y externas del aprendiz son decisivas para la explicación del proceso de aprendizaje: personalidad, edad, motivación, estilos cognitivos, recursos, estructura de conocimientos, etc.
            Desde una perspectiva estrictamente psicológica, el aprendiz es el elemento central de todo el proceso. No sólo por los condicionantes que se dan cita en él sino también porque, según el constructivismo, el resultado de todo aprendizaje es fruto de una actividad directa y personal del aprendiz que construye su conocimiento y elabora significados.
En la actualidad ya no se concibe la inteligencia como un caudal, mayor o menor para cada uno, del que dimana, automáticamente, la competencia para aprender, hablar, resolver problemas, pensar y hacer todo tipo de operaciones intelectuales.
La competencia cognitiva de cada sujeto esta integrada por pequeños elementos, simples y complejos, que se organizan de determinada manera para resultar eficaces en las funciones de análisis e interpretación, adquisición, codificación y recuperación de la información. Los aprendizajes nuevos están en estrecha dependencia de las ya citadas fases del proceso y su adecuada interdependencia marca la diferencia entre lo útil y lo inútil, lo eficaz y lo ineficiente, lo productivo y lo efímero en relación con el resultado de nuestro aprendizaje. Esta elemental perspectiva de nuestro sistema cognitivo, prescindiendo de otros aspectos técnicos, ahora poco relevantes para nuestra reflexión, nos permite una idea de la importancia de los procesos y de esos elementos, formalmente menores en su individualidad, que constituyen el engranaje de todo el proceso y que genéricamente podemos llamar procedimientos, porque forman parte, filosóficamente, del método de pensar. 
Unas de las cuestiones más debatidas, aún hoy día, es si esos elementos procedimentales que son tan sustanciales en el proceso de analizar y elaborar la información se encuentran más o menos vinculados con la naturaleza del sujeto. O dicho de otro modo, si son algo innato o bien predisposiciones muy consustanciales al sujeto o, por el contrario, son periféricos, externos y, por lo mismo, susceptibles de aprenderse, entrenarse e inducirse intencionalmente mediante instrucción o entrenamiento. Llegados a este punto, sería conveniente recordar que hay dos diferentes tipos de elementos procedimentales, como hemos definido, cuya dependencia de la naturaleza del sujeto es diferente. Me quiero referir ahora a los esquemas cuya visión y funciones fueron sugeridas por Rumelhart y Norman (1983) y las estrategias una de cuyas primeras aportaciones corresponden a Flavell y Wellman (1977).
En efecto, la teoría de los esquemas constituye en la actualidad una útil y eficaz representación de lo que sucede en los entresijos del pensar, resolver y decidir basada en la “metáfora de los ordenadores”: Funciones tales como   las de ordenar, jerarquizar, agrupar el conocimiento y, además, realizar otras necesarias para la adquisición de nuevos conocimientos como son la codificación de la información (a través de diversos procesos de selección, abstracción, interpretación o integración) y la recuperación de la misma son hoy adecuadamente explicadas por la teoría de los esquemas. Pues bien, al margen de precisiones irrelevantes, todo parece  indicar que los esquemas forman parte, apurando la metáfora de los ordenadores, del “hardware”, en este caso del sujeto. Sin embargo, sí es posible y útil el entrenamiento y aprendizaje mediante esquemas, bien sea espontáneo bien sea inducido, que mejora la capacidad de adquisición de conocimientos e incrementa el volumen de información ordenada disponible.

Rumelhart y Norman (1978) proponen tres formas diferentes de aprendizaje por esquemas:
o    Aprendizaje por agregación
o    Aprendizaje por reestructuración
o    Aprendizaje por ajuste.
Como puede deducirse, esta visión del “quehacer intelectual cognitivo” de un aprendiz organizando sus conocimientos (memoria) para usarlos luego en la adquisición de nuevos conocimientos es esencialmente una visión constructivista del aprendizaje.
Por otra parte, existen otros elementos más periféricos –en el sentido de que no pertenecen de por sí a la naturaleza del sujeto- entre los que cabe destacar las llamadas estrategias de aprendizaje. En la actualidad la raíz del término estrategia es ampliamente utilizada en diferentes contextos, económico, empresarial y de gestión, político, e incluso educativo. Pero la acepción original de la voz remite a nociones y términos militares de cuyo contexto se puede obtener su pleno significado. Por supuesto, el origen logístico del término sugiere ya claramente la idea de que se trata de acciones diversas cuya característica común es la de que forman parte de un plan, de una finalidad a la que cada una contribuye complementariamente. Todas, unas y otras, son necesarias en diferente medida y concurren al éxito del plan establecido.  Schmeck (1988) lo resume así, una vez aplicado al ámbito de las funciones cognitivas: “una estrategia de aprendizaje es una secuencia de procedimientos (idea de plan) que conducen al aprendizaje y que los procedimientos específicos dentro de esta secuencia se llaman tácticas”.
Haré referencia, para terminar este apartado referido al sujeto, a algunas consideraciones, sin duda conocidas, pero que me parecen relevantes para la reflexión que pretendo suscitar.
En primer lugar, quiero resaltar el hecho de que las estrategias y las tácticas se practican, se adquieren por la ejercitación y, por ello mismo, son susceptibles de ser objeto en sí mismas de un plan estratégico: entrenar a aprendices hasta lograr el dominio de determinadas tácticas y estrategias. Por tanto, generalmente se entiende que las estrategias son asequibles a la educación que puede ¿y debe? planificar su adquisición.
Un nuevo elemento a considerar. Tanto táctica como estrategia, la actividad que implican requieren del dominio de habilidades o destrezas que ha de poseer el aprendiz. Éstas también se adquieren por ejercitación pero están más vinculadas a la naturaleza del individuo. La diversidad de habilidades requeridas para la actividad intelectual hace difícil  hacer generalizaciones, pero podemos decir que éstas se adquieren por la práctica y, una vez adquiridas, se automatizan por lo que no requieren conciencia, autoconocimiento o introspección para su dominio y uso. Son acción y se constituyen en acción cuando se les requiere. Sin embargo, lo propio de las estrategias no es ser acción sino plan hacia un fin. Este carácter propio hace depender las estrategias de motivos, planes y decisiones que ha de formular, precisamente a ese nivel, el aprendiz.
             Esto nos remite al tercer elemento que quería considerar: el de la metacognición. Este pedante e inadecuado término, aunque útil, sugerido por Flavell nos sirve para designar “el conocimiento que tenemos de nuestras cogniciones” (Brown, 1978). Buron (1988) propone otras terminologías como “conocimiento autorreflexivo” o “intracognición”. En definitiva, se trata de designar un proceso interno, personal, autorreflexivo sobre nuestros propios procesos de pensamiento y el alcance y los límites de nuestro propio pensamiento y aprendizaje. Con la reflexión sobre este tercer elemento que presento alcanzamos el núcleo de la reflexión que nos ocupa. En efecto, las estrategias sólo son tales dentro de un plan pero para ello se precisa de la conciencia de nuestras posibilidades y limitaciones en el ámbito de nuestro pensamiento y aprendizaje. Luego el primer paso es el de tomar conciencia de nuestra metacognición. Ser reflexivos sobre nuestros procesos de pensar y aprender. Comprobar si lo somos. Aprender a serlo.
              Alcanzamos así, desde esta reflexión, dos nuevos elementos a considerar e incluir en nuestras propuestas educativas y autoinstructivas: aprender a aprender que es, en última instancia, el proceso de hacerse consciente de las propias posibilidades de pensamiento y poner en marcha planes estratégicos para su mejora; la autorregulación del propio proceso de aprender y pensar es la función que se espera de un efectivo y deliberado conocimiento de nuestras posibilidades de aprendizaje.
Información extraída de:

1 comentario:

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